Artículo escrito por Aitor Saz
Érase una vez un chaval al que toda la vida le había gustado ésto de la escalada, ya que su padre había escalado y muchos de los amigos de su padre también, pero por cosas de la vida nunca llegó a practicar la escalada más allá de un par de rápeles y poco más … Éso sí le encantaba subirse a cualquier peñasco que le saliera al paso…
El chaval fué creciendo y en la adolescencia ya, apenas se acordaba de qué era éso de escalar, pero lo tenía presente. Siempre que podía, engañaba a los amigos para ir a pasar un fin de semana a la Pedriza, a practicar poco más que el «acampedo» pero con la excusa de que se iban al monte, y nunca dejaba de observar con una gran admiración y cierta envidia a los escaladores que divisaba en unas y otras paredes. Pero los amigos no estaban interesados en ésto, sólo les interesaba la fiesta, la juerga, el cachondeo… y por supuesto las mujeres, éso si, por aquel entonces no se comían ni los mocos.
El chaval creció poco más, cuando de repente a la edad de 20 años, le sobrevino la noticia que iba a ser padre… de inmediato dejó de estudiar para ponerse a trabajar. La noticia fue por partida doble unos meses más tarde de la primera, con la primera ecografía descubrirían que venían mellizos, al final resultaron ser un par de mellizas preciosas!!!
Por otro lado algunos de los amigos habían comenzado a «tontear» con la escalada ya que en el pueblo abrieron una sala privada de entrenamiento y se subieron al carro. Ésta oportunidad no la podía dejar escapar!!!(pensó para él el chaval) y así, con algo de poder adquisitivo ya, decidió comprarse unos pies de gato y comenzar a entrenar en la sala de Boulder. Al mes siguiente se compró un arnés y una placa para asegurar y tres cintas express, y ya ése mes pudo salir a una escapada a la escuela Conquense de Valeria, dónde escaló su primera vía.
Así se fueron sucediendo los meses y el chaval se juntó con unas diez cintas express, un arnés, una cuerda, una placa para asegurar y un grigri, ya que todos los demás amigos ya estaban «emparejados» a la hora de comprar material tuvo que hacer el desembolso él solo, y así poco a poco se fue haciendo cada mes con algo más de material. El «boom» de la escalada les duró a los colegas unos meses y de los siete u ocho que comenzaron ya sólo quedaba uno y el chaval. El colega que quedaba no había escalado nunca y le gustó tanto y desarrolló tanto, que a los pocos meses estaba convertido en un aténtico «friki»de la deportiva en caliza. El chaval pudo arrastarle a las lisas placas de la Pedriza pero allí no se sentía cómodo… Sin embargo allí el chaval (un aténtico enamorado de la Pedriza) descubrió el que iba a ser su terreno de juego favorito y decidió que, fuera como fuera, iba a hacerse un asiduo de la Pedriza.
Y así después de unas cuantas visitas esporádicas a la Pedriza para escalar en los sectores de iniciación, primero en La Tortuga, depués en los Brezos, con una noche en el vivac debajo de Los Principiantes, y alguna otra visita… Fué cuando tomó la decisión de que él quería ESCALAR, y que ya nada ni nadie se lo iba a impedir. Y… para ser escalador pedrizero… hay que escalar su corazón, el Yelmo!!! (se dijo para sí el chaval).
Así fué cómo una tarde de viernes, rayado por asuntos personales, decidió encaminar sus pasos hacia el Yelmo en solitario, desde Canto Cochino, pasando por Los Brezos y adentrándose en el maravilloso paraje que el Hueco de las Hoces (por el que nunca había transitado), depara al que por allí se aventura. Sin más compañía que su mochila cargada con todo el material de escalada, el saco para dormir, la esterilla y comida para dos días, con la intención de escalarlo con los primeros a los que le dejaran atarse.
Al chaval, que subía en chanclas de montaña y con un macuto de peso más que considerable, por un lugar para él desconocido, casi le anochece subiendo y poco antes de llegar a la pradera del Yelmo, a la altura del Elefante del Yelmo, reventado por la subida, decide instalarse en el primer vivac que se le presenta. Allí cena y rápidamente cae en los brazos de Morfeo debido al agotamiento.
A la mañana unos madrugadores escaladores le despiertan, ya que suben por el camino hablando casi a voces, son las 8 de la mañana, el chaval desayuna, recoge y se encamina a la pradera del Yelmo con la esperanza de poder atarse a alguna cordada. Cuando llega a la pradera la luz y el espectáculo que se muestra ante sus ojos le maravillan.
Al llegar a la pradera la encuentra solitaria, con el sol naciente empezando a acariciar con sus rayos las lisas placas del Yelmo y ésto le produce una conmoción en su interior que le recorre todo el cuerpo, y que a día de hoy no ha podido olvidar. No hay nadie, así que decide esperar fumándose un «cigarrito» y así ver si llega alguna cordada. A los pocos minutos aparecen dos chicos que parecen muy dispuestos, el chaval se les acerca y entabla conversación con ellos.
«¿Qué vía vais a escalar?» «La Guirles-Campos» respondieron al unísono los dos. Al chaval, que no tenía ninguna experiencia previa en vías de varios largos, le sonaba de algo ésta ruta, no tenía muy claro de qué, pero le sonaba que era una de las vías «importantes» del Yelmo. Ni corto ni perezoso les dijo a los dos que si no les importaba que se uniera a ellos, él tenía cuerda y material, a lo que los dos respondieron afirmativamente. Dicho y hecho comienzan a preparse, primero subirían los dos y tercero el chaval. El escalador más experimentado de los dos encabeza el primer largo, el más duro de la ruta, con un paso de 6b que se puede acerar, y llega a la primera reunión, la monta y comienza a asegurar al segundo, que sube con la cuerda del chaval atada al arnés para luego poderle asegurar. El segundo era menos experimentado que el primero, y al llegar a la reunión decide que no va a continuar con la escalada y que se retira desde allí. El chaval aún en el pie de vía ve cómo su sueño se le va a escapar de las manos, pero entonces el primero lanza un grito: «Si tú te animas yo sigo para arriba contigo». Al chaval le brillan los ojos y le grita al primero: «Yo tiro para arriba cómo sea». El segundo mientras tanto comienza a rapelar desde la primera reunión y al poco llega al suelo, acto seguido el chaval emprende su camino hacia la primera reunión.
El comienzo de la vía es un canalizo fácil sin seguros hasta que se alcanza la placa, dónde comienzan los seguros fijos. Al principio la placa es más o menos sencilla pero hacia la mitad guarda un paso rabioso en libre o en acero, el chaval lo supera como puede y al poco tiempo está en la reunión con el primero. En la reunión el primero le dice que si se da él el siguiente largo, un largo corto de unos quince metros, fácil pero con sólo un único seguro a la mitad de éste, el chaval más lanzado pa’alante que todas las cosas, acepta encantado y tira hasta la segunda reunión.
El chaval asegura al primero, que sube de segundo hasta la segunda reunión, allí la Guirles-Campos original sigue el camino de las viras hasta debajo de un techito y lo sortea a derechas en busca de la repisa con un enebro dónde se monta la tercera reunión, pero cuando llega el primero a la reunión decide que el siguiente largo lo va a hacer por la variante directa, una placa que asciende en recto hasta la repisa del enebro.
El primero llega sin muchas complicaciones hasta la repisa donde monta la tercera reunión, y el chaval al poco comienza su escalada por la placa, en el croquis que pudo ver en el pie de vía, que tenían los dos, vió que ése largo lo cotaban de 6a, sin embargo al escalarlo le pareció más fácil, debía ser porque escalaba de segundo si hubiera escalado de primero ése largo, lo mismo su opinión hubiese sido distinta.
Al llegar a la reunión, y a falta de un largo para salir a la cumbre, le vuelve a tocar al chaval coger el cabo comprometido de la cuerda. El siguiente largo navega a izquierdas desde la reunión para luego tirar recto hasta una seta protuberante, alcanzada ésta, se puede dar por finalizada la escalada pues la dificultad hasta la reunión es prácticamente nula, y se va andando tranquilamente.
El chaval comienza la escalada navegando hacia izquierdas, consigue mosquetonear una chapa y tira recto hacia la seta, el calor va haciendo estragos en las fuerzas del chaval y haciendo que sea más dificil escalar en las placas, pues la adherencia de los pies de gato disminuye con el calor. El chaval se afana por llegar a la seta pero cuando está a punto de alcanzarla se queda bloqueado en un paso y se le empieza a resbalar el pie derecho, viendo que se va a caer, le grita al primero que le asegura en la reunión que se va, y que se esté al loro que va a correr placa abajo.
El chaval siempre había escuchado que si te vas a caer en la Pedriza lo mejor que puedes hacer es darte la vuelta y correr placa abajo hasta que te pare la cuerda, pero nunca había tenido que poner en práctica dicha maniobra. En ése preciso instante se dió la vuelta y comenzó la carrera más rápida que había hecho en su vida ya que iba ayudado por la fuerza de gravedad, hasta que después de unos quince o veinte metros de carrera un tirón le paró en seco haciéndole dar media vuelta el cuerpo hacia la placa y quedándose así parado en mitad de ésta.
No le ha pasado nada, increíble pero no tiene ni un sólo rasguño y éso que escalaba en pantalones y camiseta cortos, éso sí los pies le duelen horrores después de la carrerita por la placa abajo. Está por debajo de la altura de la reunión asi que para llegar a ésta tiene que escalar, al llegar no se ve ya con fuerzas psicológicas para afrontar otra vez el largo dónde acaba de tener tan generoso vuelo, y le cede el cabo al primero.
Al poco el primero alcanza la seta que se le escapó al chaval y llega a la última reunión de la vía desde donde le asegura, hasta que los dos se reúnen y ya enfilan los últimos metros hasta la cumbre desencordados.
Ya en la cumbre, éstos dos desconocidos una hora y media antes, se funden en un abrazo casi fraternal, se fuman un «cigarrito» y emprenden el camino de descenso por la vía Valentina.
El chaval, aunque meses más tarde se encontrará con uno de ellos cerca de Canto Cochino, no volvió a escalar con ninguno de los dos, ni recuerda sus nombres, pero estará siempre en su memoria ésta, su primera ascensión al Yelmo con éstos dos desconocidos.
Sin duda un buen artículo para estrenarte en el Blog!
Me ha molado mucho! Hay momentos en los que El chaval podría ser yo mismo… 😀 😀
Gracias por registrarte y espero que sigas participando…!
Aupa!
Muy chulo Aitor. Enhorabuena por el estreno. Bien contado pero… y las mellizas ¿qué tal?, ¿no te las llevas de vez en cuando?
El Yelmo, es el Yelmo, ¿eh?. Una pasada. También fué mi primera cumbre.
Un saludo.
Gracias por los comentarios chicos!!! Me alegro mucho de que halláis disfrutado con la historia!!!!
Josefer: pues las niñas con 5 añitos ya subieron hasta el Yelmo y estuvieron escalando en el Rompeolas!!!!
A día de hoy tienen 7 añitos 🙂
La verdad es que le echaste un par de huevos, subir al Yelmo por la Guiles y con dos mendas que no conoces es de ser muy atrevido. Salió bien y me alegro, pero podia haber sido un buen marrón.
Saludos a todos.
Que bien y eso, pero mejor si no contáis los truquillos y los pasos clave… saludos y eso
Oye, Aitor… machote. ¿No encontraste algo más facilito para estrenarte?… ¡la leche!… la Guirles-Campos… bueno… bueno… ¡Enhorabuena!.
Saludos.
Carlos pues ya ves… se me presentó la oportunidad y yo la veía factible, y sin pensármelo dos veces ahí me metí, luego ya supe dónde me metí después de hacerla… jojojojoojo
Tumoe: no creo que halla destripado mucho de la vía, lo justo y si no… pues nada el que quiera que vaya a hacerla que ya se la he cantado enterita jojojooojoojoojo
Un saludo!!